Cuando fundo mi ciudad, corrijo la arena. Después corrijo la ciudad. Y de corrección en corrección marcho hacia Dios.
(Antoine de Saint Exupery)

jueves, 15 de diciembre de 2022

Radhi, un milagro de Navidad

 

 Radhi no experimentaba miedo. Tampoco coraje.

 Las sensaciones lo habían abandonado hacía tiempo, desplazadas por la saturación del horror en aquel rincón de África.

 Sólo quería terminar. Sus movimientos se sucedían nerviosos, enérgicos, mimetizándose con los ruidos nocturnos. Hasta que un resonar de detonaciones lo puso en alerta.

Durante un instante permaneció inmóvil, aguzando los sentidos.

 Con sigilo viró sobre sí escudriñando las profundidades de la oscuridad… Nada. Las sombras yacían impávidas en la quietud del amanecer inminente.

 Sin embargo, el silencio era tan abrumador que un sudor frío recorrió su cuerpo lastimado. Podía oler la trampa de la muerte más que cualquier otra cosa.

 Tras un momento de vacilación, retomó la acción con furia, desbordado por lágrimas interminables.

 Junto con la última palada de tierra sobre los cuerpos de su madre y de su hermana, asesinadas por los bárbaros, la inmediatez del espanto ya no necesitó confirmación. El fragor inconfundible de las ametralladoras y las camionetas repletas de fanáticos drogados de barbarie, enardecidos bajo el estímulo de estribillos revolucionarios, se aproximaban a paso agigantado.

 Radhi no dudó. El instinto de conservación más precario bastó para que escapara de allí en una marcha frenética, dificultada su visión tanto por lágrimas propias como por la sangre todavía fresca de sus muertas queridas.

 La ciudad, reducida a cenizas y escombros, albergaba hordas de verdugos listos para el exterminio de la etnia condenada, hasta hace poco, vecina y hermana.

 Radhi intentaba poner la mayor distancia entre él y el momento de su propia muerte. Ni por asomo se le ocurría la vida como opción. Aferrado al saco de mirra que su madre llevaba al morir, corrió directo al puerto, como todos. Como si el mar fuera una providencia milagrosa.

 A sus espaldas, la milicia separatista se entretenía saqueando lo poco que quedaba en pie, avanzando cada vez más cerca del puerto, en el que aún se apostaban algunas fuerzas internacionales garantes de la paz, aunque sin autorización para intervenir en la contienda interna.

 Radhi no se detuvo hasta llegar al espigón principal. El tránsito se veía complicado por la tripulación de un buque mercante que, aunque recién atracado, se aprestaba a soltar amarras en un brusco cambio de decisión. Y de rumbo. Nada ilógico, ante la cercanía de la masacre imperante.

 Radhi observó la desesperación en los rostros de los miserables refugiados en las dársenas, el desconcierto y el pánico desatado entre las tropas de la ONU, el caos en los escasos mercados y estimó que estaba ante el principio del fin. Ese bastión ya no era garante de nada. También el espanto de aquella tripulación era patente, mientras intentaba soltar amarras a toda prisa. No se lo pensó dos veces. El también metió los dedos, sumándose a un puñado de marineros que luchaba contra los nudos enganchados en los fierros del malecón. Ese insólito escollo resultó determinante para su suerte. Conocía ese malecón como la palma de sus manos. En un santiamén se colgó debajo del muelle y fueron sus manos precisamente las que, hábiles, liberaron de ataduras a la embarcación urgida por abandonar cuanto antes aquel infierno ajeno.

Quien parecía el capitán, un hombre rudo y dueño de una mirada intimidante, clavó sus ojos en la amarra redimida, para luego fijarlos en Radhi. No le resultó difícil adivinar las intenciones de ese adolescente que apenas se tenía en pie. Sin decir palabra lo empujó a cubierta. De inmediato, al grito de “a la mar”, zarpó el buque a toda máquina, dejando atrás aquella tierra de infamias.

 Radhi siguió al hombre por instinto, sin apartarse de él ni un solo minuto.

 Un poco de ron sobre sus heridas y otro poco en su garganta, una cucheta en la cabina más recóndita, comida diaria y nada de preguntas a cambio del aseo de cocina, baños y pasarelas a discreción del capitán, le supieron a gloria. Sólo le fue retenido el saco con mirra, que le sería devuelto al dejar la nave. Radhi no protestó. Bien sabía que volvería a sus manos oportunamente. No obstante, luego de cuarenta días con sus noches, estaba irreconocible debido a las infecciones de heridas que, pese a los cuidados recibidos, no habían cicatrizado.

 Es así que al arribar al puerto de destino, la nave depositó retazos de sus dieciocho años junto a su único equipaje –el saco de mirra- en una tierra extranjera. Pero que, a juzgar por las apacibles idas y venidas de los barcos y la disposición de las gentes, olía a paz. A rutina diaria.

 ¡Ah, qué tesoro, la rutina diaria! Aún la ajena, la extranjera, la incomprensible. Era una bendición. Y si lo esperable sucedía en libertad, era sinónimo de felicidad. De vida. Para él, así era. Ya había abandonado la idea de que nada podía ser peor que lo vivido. Siempre podría sobrevenir algo peor. Por eso valoró el ajetreo indiferente de ese puerto desconocido, en el que su anonimato le proporcionó un improvisado y bienvenido cobijo.

 Lo primero que hizo fue ocuparse de sus heridas rebeldes empapándolas con mirra. Al poco tiempo cicatrizaron sin problema.

 La providencia se inclinó a su favor. Siendo su lengua de origen el francés, quedó excluido de los esfuerzos que alcanzaban a otros polizones y mendigos que rondaban el puerto de Buenos Aires. La sensación de una educación superior que trasmitía con sus gestos, palabras y actitudes, le abrieron enseguida caminos de aceptación.

 Muy pronto se ubicó en la taberna portuaria propiedad de un matrimonio conformado por un ex marino francés, Joseph, y Marie, una bordadora de seda a tiempo parcial. Allí recibiría cama, comida y una paga justa por asear el lugar y atender a la clientela.

 Joseph y Marie ocupaban casi todo su tiempo libre en buscar una solución médica para su único hijo de casi un año –Emanuel- que padecía de sordomudez congénita. No se resignaban al futuro de silencio que aguardaba al niño y pasaban visitando especialistas en procura de un milagro para Emanuel. Así que Radhi sería de gran ayuda para ellos.

 Aunque el joven ingresó a sus vidas bajo el sufrido perfil de los desplazados, Joseph advirtió enseguida los curiosos efectos que producía en cualquier ambiente la presencia del muchacho. Clientes y proveedores expresaban lo bien que se sentían cuando eran atendidos por Radhi. Otro detalle llamó asimismo su atención. En la primera jornada de trabajo, Radhi sufrió una quemadura bastante fea en la muñeca izquierda. Sin embargo, al día siguiente la herida ya era una cicatriz en vías de desaparición.

 La inmediatez de la Nochebuena interrumpió sus elucubraciones. Las tareas se duplicaron con los preparativos de la cena especial que se ofrecería a los concurrentes, casi todos nostálgicos marinos de paso, alejados de sus tierras de origen.

 Un problema aparte lo trajo la iluminación del pesebre dispuesto en la esquina del comedor que daba a la terraza. Las luces navideñas, todas de alegres tonalidades, iluminaban los personajes del Belén, generando una muy adecuada ambientación. Pero la lamparilla mayor que debía coronar el ángel de la Paz, no encendía. A Marie se le dio por girarla, consiguiendo que se apagara el resto de las luces. Riendo, Joseph reparó el fallo, comentando que tampoco era tan importante la lámpara para el ángel.

 Ya en la tarde del 24 de diciembre, se le confió a Radhi el cuidado del pequeño Emanuel, dado que sus padres debían disponer lo necesario para el menú de la noche.

 Joseph y Marie no dejaron detalle librado al azar y la comida salió perfecta.

 Pese a ello, el festejo culminó en un grotesco emporio de la loza y de comensales beodos dirigiéndose unos a otros los más variados adjetivos; totalmente alejados de los sentimientos que debieran de imperar en tan magna noche. Finalmente, cada cual marchó a su cueva con el alma manchada, aunque con la esperanza intacta. No se comprende. Pero así sucedió ese 24 de diciembre. Aunque Joseph aseguraba, bastante molesto que, si Radhi se hubiera encargado del servicio, otras habrían sido las consecuencias. Este, sin embargo, debió cuidar de Emanuel.

 Una vez dormido el niño y ya entrada la madrugada del 25, Radhi quedó a cargo de lavar la loza y adecentar el recinto. Para cuando acabó con la faena, un silencio pacífico y reparador cayó sobre la casa como un liviano y piadoso manto de perdón.

 Radhi suspiró. Se quitó despacio el delantal mientras recorría el lugar con la mirada. Advirtió con sorpresa que la lamparilla fallada, la que coronaba el ángel de la Paz, esparcía ahora, impávida y risueña, una serena luz azul sobre el pesebre.

 Encogiéndose de hombros ante el misterio, salió a la terraza y se enfrascó en la bóveda celeste, recordando a su madre y a su hermana en las Nochebuenas en familia, cuando todavía creía en la bondad del mundo. Ese mismo que de un zarpazo traicionero le había quitado lo que más quería, anulando sus polos y entregándolo –con la sumisión de los muertos- al primer barco que se le cruzó, sin distinción de banderas.

Ensimismado en tales reflexiones, Radhi no advirtió la presencia de Emanuel que se había acercado gateando, colgándosele de la pierna. Ahora le dirigía una mirada tan suplicante y elocuente en su mutismo, que el corazón del joven se comprimió de dolor al pensar en el silencio cruel que, en su sordomudez, recaía sobre esa criatura inocente. Inquieto ante la insistente mirada del niño, acarició con ternura sus mejillas rosadas disponiéndose a devolverlo a la cuna, pero la gravedad y firmeza de esos ojos infantiles anclados en los suyos lo descolocaron por completo. Pensativo, lo observó a su vez. Predominaba en él la certidumbre de que ese momento era el efecto de un evento mayor.  

 Mientras Radhi trataba de componer sus ideas, Emanuel se había hecho del saco de mirra y lo manipulaba con interés. El joven se lo quitó con la excusa –mediante gestos- de abrirlo; cosa que efectivamente hizo, extrayendo un puñado de mirra. Luego, sujetando con suavidad la carita del niño, aplicó el polvo rojizo en los oídos y labios infantiles, al tiempo que oraba al Dios recién nacido.

 Emanuel quedó dormido con placidez. Su manito aferraba el saco del especial polvo, sin que Radhi atinara a entender en qué momento se lo había agenciado. Sonrió ladeando la cabeza y arropó al niño junto al pesebre, dispuesto a continuar sus interrumpidas cavilaciones.

 Pero entonces se percató de la potencia de la luz. Frunció el ceño confundido. Más la confusión mudó hacia el asombro cuando la lamparilla del ángel que presidía el Nacimiento lo encandiló, convertida en una brillante luz índigo que, habiendo ganado intensidad, se asemejaba a una estrella.

 (Un lucero semejante guiaba a tres magos hacia el Niño de Belén).

 Por asociación mecánica de ideas escrutó el firmamento en busca de alguna respuesta. Pero un fuerte e inusual viento lo sorprendió, envolviéndolo de pies a cabeza, mientras era acunado por dulcísimos coros que entonaban himnos de alabanza.


En el día de su cumpleaños número uno, Emanuel amaneció dormido junto al pesebre, tal como lo había dejado Radhi. Marie se alarmó al hallar a su hijo fuera de la cuna y lo sacudió levemente. El niño despertó y su mano se abrió soltando el saco de mirra. Al ver el rostro preocupado de Marie, sonrió pícaramente. 

Una vocecita infantil salió por primera vez de su garganta:

 — Mama, ¿ete bebé e el nene? —preguntó con la claridad esperable, mientras señalaba al Niño Jesús de cerámica que yacía en el pesebre.

 Marie lo miró estupefacta.

— Mama, ¿ete bebé e el nene?

 Marie no atinaba a articular palabra. Emanuel en tanto, repetía la pregunta una y otra vez, atento a una respuesta que tardaba en llegar.

 Marie, inundada en lágrimas, ahora sonreía como una enajenada. Finalmente reaccionó.

— Sí, mi amor. ¡No! Espera… ¡Sí, sí! Ese bebe es el nene —decidió, balbuceante y feliz, mientras abrazaba a su hijo loca de alegría.

— ¡Joseph, ven! ¡Ha sucedido un milagro! 

 ***


 En tierras de Belén, el carpintero y su mujer estaban cansados de peregrinar en busca de un alojamiento complicado a causa del desplazamiento constante de gentes, con motivo del decreto de César Augusto “para que toda tierra habitada se registrase”. Un pastor, advertido de que la mujer estaba encinta en grado avanzado, cedió el pesebre de sus animales a la pareja de caminantes. Y allí se instalaron.

 Muy cerca, unos reyes astrónomos seguían el rumbo trazado por una estrella de extraordinario brillo, escoltada por un ángel.

 Aunque algunos aseguraban que en realidad la alineación de Júpiter con Saturno era la que dotaba al fenómeno cósmico de tan particular resplandor, lo que daba pie a discusiones sin fin entre los parroquianos de las tabernas.

 Pero los reyes estaban seguros. Venían siguiendo la estrella desde Oriente y conocían su significado: Júpiter, la estrella del príncipe del mundo y Saturno -la estrella de Palestina- se encontraban en la constelación de Piscis, evidencia del final de los tiempos. Y esta señal era de una única lectura. El Salvador, el Señor del final de los tiempos, nacería este año en Palestina *. Persuadidos de lo extraordinario de ese suceso irrepetible, los sabios se dirigían a adorarlo.

 El trayecto, sin embargo, fue largo y agotador.

 De los tres extranjeros, el más sufrido era el que provenía de África. Baltasar verdaderamente acusaba un cansancio extremo. Aún así, se aseguraba a cada instante que la caja de mirra a ofrendar se encontrara a buen recaudo.

 Baltasar afirmaría, tiempo después, que el viaje había sido muy fatigoso para él; tanto, que albergaba la alocada idea de que, tras adorar al pequeño Jesús, ante una orden de Éste, un ángel lo había transportado a otras dimensiones.

 Los pobladores de los altos en el trayecto, cuando escuchaban tal explicación de boca de Baltasar, se miraban entre sí con inteligencia. “Nunca nos reímos tanto, como de esta historia”, fue por un tiempo el comentario jocoso más popular.

 

***

 

Marie y Joseph no saben cómo hacer callar a Emanuel… Tampoco les interesa en verdad.

  Radhi nunca más apareció, pero por esas insondables motivaciones que sólo el corazón conoce, la pareja no se extrañó. Ni siquiera lo buscaron, adivinando que no lo hallarían en ningún momento de este tiempo.

Ambos están persuadidos que Radhi tuvo que ver con la curación milagrosa de su hijo. Y se sienten agradecidos. Saben que es mejor callar ciertos milagros. A veces utilizan un poco de mirra que toman del saco, en casos de heridas graves. Y por inadmisible que parezca, su cantidad no disminuye.

Por eso tampoco se preguntan a qué se debe que cada año, al colocar la luz del ángel de la Paz que preside el Belén, esta despide una intensa luminosidad índigo sobre Aquel que tiene el nombre sobre todo nombre.

El saco de mirra reposa en el mismo lugar donde lo dejara la mano abierta de Emanuel, junto a un pesebre que no volvió a desarmarse, en reconocimiento a Quien derramó sus bendiciones sobre su pequeño, a través de Radhi.

 Porque, aunque perfumada, la mirra tiene forma de lágrima y es de color rojizo. Como la sangre.

 Y, porque mientras tales señales persistan, ellos intuyen que Radhi se encuentra cerca. Aunque bajo otra clase de luz.

*

20 comentarios:

  1. Como siempre tus escritos nos transportan al mundo que nos quieres mostrar. Bellissimo. Grazie. Ana María

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola, Ana.
      Gracias por tan alentadoras palabras. Me alegro que lo hayas disfrutado.
      Un beso grande.

      Eliminar
  2. Muy lindo relato y propicio para esta navidad

    ResponderEliminar
  3. Hola, Pati. Gracias por pasar. Me alegra que te haya gustado. Un beso.

    ResponderEliminar
  4. Posiblemente el cuento navideño más hermoso que he leído en mucho tiempo.
    Me encanta cómo describes las desgracias y peripecias del muchacho misterioso; ese halo que tiene al llegar a la pensión, y cómo se comprende después quién es en realidad. Muy imaginativo (al fin comprendemos el sentido de llevar el saquito de mirra). Está hilado con infinita dulzura y belleza. Los paralelismos de los nombres y los personajes están muy bien construidos. Y el ritmo narrativo también, muy logrado, consiguiendo que sigamos toda la lectura con amenidad y sobre todo, encantamiento.
    "la gravedad y firmeza de esos ojos infantiles anclados en los suyos lo descolocaron por completo." Vuelvo a leer esta frase, sabiendo lo que pasará después, y es muy emotiva... porque es como si intuyera quién es y el regalo que le espera...

    Felicidades por realizar una historia tan preciosa, original y tierna. ¡Pero qué bien escribes!
    Un gran abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola, Maite.
      Hasta de las miserias más terribles pueden salir ángeles. Nunca hay que perder la esperanza.
      Gracias por tus consideraciones, qué puedo decirte; me lees con buenos ojos. Me encanta que lo hayas disfrutado.
      Un abrazo grande desde el extremo sur americano.

      Eliminar
  5. Que en tiempo de adviento nunca falte la humildad y la alegría en los corazones. Feliz tiempo de encuentros. Paz y amor.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola, Pilar.
      Gracias por tus amables palabras. El Adviento es la época más propicia para sacudirse el polvo del alma, en caso de haberlo acumulado.
      Un saludo recíproco y un abrazo.

      Eliminar
  6. Una belleza Moni, escribis excelente, es muy dulce, la historia atrapa y uno no puede dejar de leerlo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola, Gra. Agradezco tu lectura, tu paso por acá y tus apreciaciones, me alegra que lo hayas disfrutado. Un beso.

      Eliminar
  7. Muy bueno, me ha gustado mucho. Un beso enorme.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Un placer tenerte por acá, Rocío. Un beso y buen domingo.

      Eliminar
  8. Delicioso relato. La primera parte cruel, devastadora y realista, la segunda esperanzadora, y la tercera deliciosa y humana, digna de un cuento navideño. Baltasar sorprendido ante un viaje extraño que ni él mismo acaba de creer, aunque sí lo crea, y la bendición de un saquito de Mirra. ¡ Mamá, ¿ese cuento e de la nena?!.
    Me ha encantado leer tus letras navideñas.
    Un fuerte abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola, Jesús.
      Tus palabras: devastación, esperanza y delicia, son un acierto aplicables a casi cualquier circunstancia de la vida. Cuando todo parece horrible y final, surge espléndida la esperanza que nos permite transformar y transformarnos.
      "Mamá, ¡¿ese cuento e de la nena?!" ¡Jaja! Ay, me ha encantado la ternura de esa expresión y te la agradezco.
      Te mando otro abrazo fuerte.

      Eliminar
  9. Un precioso relato que he leído con mucha atención y me ha fascinado, enhorabuena por esa dulzura y arte narrativo.
    Estimada amiga, te deseo unas entrañables fiestas navideñas en compañía de tus seres más queridos.
    Un fuerte abrazo.
    ¡FELIZ NAVIDAD!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola Juan.
      Me alegro que te haya gustado mi cuento, muchas gracias por tus gentiles palabras.
      También te deseo una muy feliz Navidad en compañía de los tuyos y de tus maravillosos jardines. Por acá arranca el verano y todo se impregna de perfume a jazmín.
      Un abrazo grande.

      Eliminar
  10. Hola!!! Un placer descubrir tu blog y leerte. Muy lindo relato que hasta me hizo emocionar con algunas verdades. Mis felicitaciones.

    PD: Me tienes como tu nueva seguidora para seguir leyéndote 💙 si gustas visitarme mi blog es http://plegariasenlanoche.blogspot.com/

    Un beso enorme desde Plegarias en la Noche

    ResponderEliminar
  11. Hola, Tiffany.
    Gracias por pasar y quedarte, me alegro que te haya gustado mi cuento.
    Con gusto me daré una vuelta por tu blog.
    Un beso.

    ResponderEliminar
  12. Qué pasada. Qué belleza, que sensibilidad y qué maravillosa historia. Me ha cautivado por completo.

    ResponderEliminar
  13. Hola, Amparo.
    Qué bueno leerte por acá, parece que te has recuperado oportunamente para la Nochebuena, ¡me alegro!

    En cuanto al relato, desde un punto de aparente no retorno, pueden sin embargo surgir milagros. Me da gusto que te haya cautivado la historia ¡gracias por tus palabras!
    Un beso, Amparo y ¡Bendecida y feliz Navidad!

    ResponderEliminar