Te emboscó la traición
como
la niebla apura,
sedienta,
la
transparencia de la luz.
Y
fuiste noche y ofrenda.
De
la sombra, un Hombre,
de
la piedad, sudor y lágrimas,
de
tu pecho exhausto,
clamor
y ausencia.
Y en tu mirada,
umbral
de eternidad.
También
aridez,
siembra
y semilla
en
la corteza de tus manos.
Y en el árbol sometido
perdón
que se derrama
y
se recoge.
Espléndida
desmemoria
de tus pasos que se alejan,
que
trillan,
que
trituran,
que
agotan el madero
del
indulto conclusivo.
Mientras,
te
desnudas en sangre.
Tu
sangre
que
oscurece.
Que
es claustro y es luto,
que
es llaga y cobijo.
Desconsolado
de ángeles,
el
cielo se desploma.
Hay
lágrimas y prisa inútil
en
tus altares desiertos
de
plegaria y contrición.
De
rodillas,
se alejan credos,
esperanza
y caridad.
Los
ángeles agonizan
en
ríos de dolor universal.
Quebrantada
la tierra,
junto
con tus vestidos
se
ha rasgado el cielo.
Apenas
agua y sangre
llevas
por abrigo.
Tiembla
la noche,
se
confunde el día.
Miserables,
se
lamentan las horas
sumidas
en ahogo,
mudanza
y soledad.
Dios
se ha ido.
Arrasado
en llanto,
se
ha llevado el tiempo.
Y
te tragan las tinieblas,
como
el beso apura,
sediento,
del
cáliz, la traición.
Olvido
de la piedad y la ternura.
Olvido
del planeta.
Es
la hora de la tristeza final.
Largo
es el sueño de Getsemaní.