Y pienso si también es la hora de los milagros.
Súbitamente, se me revoca la excelencia. Me reanudo vulnerable, errante, errónea.
Desde que te fuiste - así tan rápido, supongo que por reclamo de tu cielo- sobre la casa ha bajado un silencio inusual. Tus chiches están callados y cabizbajos, de tanto agobio y soledad se encerraron en un cajón; allí adentro simulan jugar con vos.
La cortina se ha quedado quieta esperando que pases, atisba el balcón por si te trajera un vuelo de ángeles y su atisbo es eterno.
La reja, la Enamorada del Muro y las Alegrías buscan consuelo en los Lacitos de Amor. Éstos se estiran, se prodigan en caricias por si acaso pasaras, por las dudas de algún milagro, de esos que se recrean en el corazón.
Sé que estarás jugando a los bolos en la montaña, aquí nomás. Ya viste lo cerca que está el Cielo, aunque por esas cosas del ropaje humano no lo podamos tocar, tal vez por ausencia de pureza.
Pero tu recuerdo es otra clase ausencia. Es exceso de presencia que interroga.
¿Ves? Como tus chiches, como vos, las palabras a veces se sacan la lengua. Mientras, en el piano del alma solo suenan, negras, las teclas.
El tiempo, manso y diligente, conduce un eclipse de luna en esta noche del extremo sur turbada por el canto de grillos y chicharras.
Como una bailarina que despliega su abanico, la luna llena ensombrece con gracia. Con suave recogimiento formula su plegaria en el interior de una capilla donde pintores invisibles libran batallas en la oscuridad. Ella es ahora frágil penitente del firmamento violáceo en retirada ante un ejército de azules.
Todo se detiene por un momento bajo los párpados de Dios.
Sopla un viento atrevido
que arranca susurros a los pinos, hace graznar a los patos y deshoja secretos en
los ventanales.
Al rato, la esposa del sol se descubre poco a poco. Reaparece con estola de plata y se dona entera, grávida y redonda.
Encandiladas, huyen las sombras. Los sapos enloquecen de ternura y saltan hacia el reflejo lunar en la laguna.
Mientras, ella reanuda, pálida y virginal, su eterno viaje, destinada a ser faro, puerto y llegada.
A mi tío (in memoriam, 2010) protagonista de Mi tío, Una boda complicada y de La Fiesta
Hoy, el planeta pesa menos. Apenas unos gramos.
Y vos allá. Donde Dios atisba. Donde no se atreven las grullas ni los colibríes. Tampoco las águilas.
Estás siendo medido, pesado y anotado en un libro que se alimenta de soledades y fatigas. Un ángel diligente anota en los márgenes lo que de ti has dado. Mientras, sordos, ciegos y mudos, arden los incensarios en dolorosa sucesión de seis tribulaciones. A la séptima se romperán los cántaros internos y habrá liberación.
Y que, el crepúsculo sea, en tu piel, atardecer incorruptible.
De luto ignorante, abro la puerta, me ubico frente al mantel. La mesa está dispuesta, con esa engañosa paz que deviene en cobijo obligado de cualquier amenaza.
Pero vos no obedecías sino a la intensidad. Y el mantel, tan conocido, tan recurrido, estrujado y bendecido por tu risa, hoy reina bajo cierta urgencia sofocante que deja, a su paso, corazones abrasados.
Porque no estás.
Porque nunca pensé que podías no estar.
Es
una noche mágica.
Es
mi casa, la más hermosa jamás soñada.
Es
mi patio, el más atrapante jamás imaginado.
Extraño esta casa, aun antes de dejarla. Me gusta como es, como fue y, tal vez, como será.
Añoro su olor, su postura, su increíble comprensión.
Es como una madre grande sentada en su sillón, muy señorona y gentil. Muy fresca y perfumada. Huele a siesta de verano y a sandía tierna, huele a siesta de antes, a siesta de Santa Fe. A abuela recién hecha, a luces con capota de papel.
Pero la esencia dulce de los laureles revela otra clase de milagro en el que sobrevuela la poesía. También el alcanfor y el jazmín. Y el cielo, en el pedazo que se adivina desde el patio y la terraza. Y las chimeneas con sus caprichos y sus ocurrencias. Con sus sueños furtivos. Y la ternura de los tejados que, como párpados huérfanos de todo abrigo que no sea inmensidad, se ciernen sobre los tragaluces indiscretos.
Entonces la veo: la Cajita de Joyas, fiel guardiana de mis secretos. Me pregunto si será refugio aceptable para mis sentidos hoy algo atrofiados por el acoso de la poesía.
No es culpa mía. Es sólo mi intelecto que está rebelde. Tal vez con razón.
No es locura, no. Dios no lo permita. Es algo de resistencia. Un poco de desconcierto. Todo de nostalgia.
¿Todo de noche?
Nada
de día.
La noche. Ese hechizo distinto.
Ese
anhelo. Ese jardín.
Esa
ventana espiada y perdonada.
Esa
puerta abierta al azul, confesionario de todo lo que me importa.
Noche: yo te disculpo. Solo por tu existencia soporto el día.
Sólo de noche ensayo la cordura.
Señor Juez: necesito una medida cautelar urgente. Entienda, Señoría, que el perfume de los laureles avanza sin piedad junto con la aurora.
¿Paranoia? No, no.
Debe, su señoría, ordenar al tiempo que vuelva dentro del plazo perentorio de cinco días bajo apercibimiento de ejecución. Cinco días es todo lo que puedo esperar, sólo en el lapso de esta noche. Ofrezco como caución real mi patio, de noche y en verano, con más los atardeceres –en verano también- que estime para accesorios. El invierno no vale la pena. Llevo demasiado dentro de mí en el lenguaje del perdón.
“Se perdona tanto como se ama”, sentencia un cuadrito de madera pirograbada que me regaló mi madre. ¿Será verdad? En mi época sin Dios pensaba si uno se reconocería después de eso, después del cuadrito, colgando como él, de algún clavo... ¡Colgando como "Él" de algún clavo! Claro que es doloroso amar a la grupa del señor Perdón. ¿Acaso hay otra clase de amor?
Es de noche y divago. No deje volar su imaginación, Doc. Es un proceso de insania más. Con un poco de medicación estaré bien.
Pero dese prisa. Mire que amaneceré. La poesía escapará sin remedio de la cordura y ya no la encontraré, sino que ella me perseguirá, como siempre.
¿Se da cuenta que no es paranoia?