Cuando fundo mi ciudad, corrijo la arena. Después corrijo la ciudad. Y de corrección en corrección marcho hacia Dios.
(Antoine de Saint Exupery)

martes, 14 de julio de 2020

Ausencia (A Rocco)



Quería escribirte y depositar la carta en la Cajita de Joyas (encendido caudal de la Cruz del Sur y gentil custodio auxiliar) pero pasa que no te escribo, porque se niega a razonar mi corazón y a sentir mi entendimiento.

Y, aunque sé que Dios habita en los rincones del desconsuelo, debo admitir que me rebela esta arbitraria huelga de los sentidos y la razón.

Ni siquiera son obedientes los dedos en las teclas. Esas teclas florecientes de versos coloridos, menos o más felices según el destinatario y la causa, hoy son negros escalones hacia el subsuelo olvidado, donde guardo los trastos en desuso, pero que tampoco tiro por las dudas de uso. Y me encuentro allí por involuntario impulso de las teclas, las negras, sin letras.

No sé bien dónde empezar a buscarte. Comprendo que es una exploración inútil porque para esta clase de pesquisa no se valen las candelas ni los camposantos. Y te adivino allí, donde descansan, olvidados, tus dioses cotidianos.

Ahora estás sentado, callado y sensitivo, somnoliento y abordable por cualquier caricia que te retaceo, de apurada, de la prisa que no es risa, y que es injusta la prisa en tanto me empuja a escena. Y por la cena, el quehacer, el hacer qué y la reunión, endoso el presente en favor de beneficiarios abusivos. Así, voy ganando intereses que no me interesan, que no deben, pero resulta que de no deber me dejan débitos y hábitos malogrados, porque no estás, y cuando estabas no te acaricié lo suficiente, no te cuidé lo necesario. Si yo te quería, ¿cómo no te aseguré contra el mundo?

Esta noche me aguardan tus deidades en la oscuridad, aunque descreo que la luz las disipe. Hay interrogantes que practicaron por siglos la resistencia. Y sé, por acción y reacción, que mañana estarás con ellos jugando a los bolos en la montaña. Para cuando regreses, en vez de minutos habré contado siglos.

Ya conoces del tiempo su fama de invento necesario para ordenar deberes y derechos; no está probada su existencia, aunque su falta, en cambio, es ostensible. Crúzate al planeta siguiente y lo verás claro. La muerte de los calendarios no es tal; nunca fueron, salvo en la clandestinidad que nos entrega, abusivo, el aburrido impuesto de encasillarlo todo.

Si aún estás por acá -y estás, porque me duele- quédate y abjura del espacio; es simple utilería que explota el narcisismo de la materia (no debí decir “aún”).

Aún -¡Ay, Aún!- eres mascarada incierta, eres plazo de gracia del destiempo.

Si estás, demoleré la estafa del Hades.

Prefiero el silencio de Pompeya, el sueño de lana de Penélope, la penitencia de Nínive, a tener que inclinarme ante altares fraudulentos solo porque se te ocurrió irte al mediodía, y porque yo ignoro qué clase de cielo se honró con tu llegada.

Pero he abolido el tiempo y vuelto por defecto esencial. Devuelto el efecto inicial, nunca te has ido. Extraño, entonces, tu ausencia, porque este tipo de presencia me duele.

Y eres nueva excusa de teclas ya sombrías y de lágrimas nubladas.

2 comentarios:

  1. Porque estás muy lejos y es posible que nunca nos veamos, pero si me entero que tenías estos textos y no los haces públicos te hubiera dado un capón (nunca ocurrirá, tranquila).
    Me gusta lo que escribes.
    Un abrazo.

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  2. ¡Jaja! Hola, Jesús. Muchas gracias en primer lugar por animarme a volver. Y gracias por tan simpático comentario. Este texto lo escribí allá por el 2007, creo, y el disparador fue la muerte de un cachorrito que teníamos en casa; aunque al releerlo pienso que aplica a cualquier situación de duelo.Un abrazo también a vos.

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