Quería escribirte y depositar la carta en la Cajita de Joyas, ese, encendido
caudal de la Cruz del Sur y gentil custodio auxiliar, pero pasa que no te
escribo, porque se niega a razonar mi corazón y a sentir mi entendimiento.
Y, aunque sé que Dios habita en las páginas del desconsuelo, debo
admitir que me rebela esta arbitraria huelga de los sentidos y de la razón.
Ni siquiera son obedientes los dedos en las teclas.
Esas teclas
florecientes de versos coloridos, menos o más felices según el destinatario y
la causa, hoy son negros escalones hacia el subsuelo olvidado, donde guardo los
trastos en desuso, pero que tampoco tiro por las dudas de uso.
Y me encuentro
allí por involuntario impulso de las teclas, las negras, sin letras.
No sé bien dónde empezar a buscarte. Comprendo que es una exploración
inútil porque para esta clase de pesquisa no se valen las candelas ni los
camposantos.
Aunque te adivino allí, donde descansan, despintados, tus dioses
cotidianos.
Ahora estás sentado, callado y sensitivo, somnoliento y abordable por
cualquier caricia que te retaceo de apurada, de la prisa que no es risa, y que
es injusta la prisa en tanto me empuja a escena.
Y por la cena, el quehacer, el
hacer qué y la reunión, endoso el presente en favor de beneficiarios abusivos. Así,
voy ganando intereses que no me interesan, que no deben, pero resulta que de no
deber me dejan débitos y hábitos malogrados porque no estás, y cuando estabas no
te acaricié lo suficiente, no te cuidé lo necesario. Si yo te quería, ¿cómo no
te aseguré contra el mundo?
Esta noche me aguardan tus deidades en la oscuridad, aunque descreo que
la luz las disipe. Hay interrogantes que practicaron por siglos la resistencia. Y sé, por acción y reacción, que mañana estarás con ellos jugando a los bolos en
la montaña. Para cuando regreses habré contado siglos.
Ya conoces del tiempo su fama de invento necesario para ordenar deberes
y derechos; no está probada su existencia, aunque su falta es
ostensible. Crúzate al planeta siguiente y lo verás claro. La muerte de los
calendarios no es tal; nunca fueron, salvo en la clandestinidad que nos
entrega, abusivo, el aburrido impuesto de encasillarlo todo.
Si aún estás por acá -y estás, porque me duele- quédate y abjura del
espacio; es simple utilería que explota el narcisismo de la materia (no debí
decir “aún”).
Aún -¡Ay, Aún!- eres mascarada incierta, eres plazo de gracia del destiempo.
Si estás, demoleré la estafa del Hades.
Prefiero el silencio de Pompeya, el sueño de lana de Penélope, la penitencia
de Nínive, a tener que inclinarme ante altares fraudulentos solo porque se te
ocurrió irte al mediodía, y porque yo ignoro qué clase de cielo se honró con tu llegada.
Pero he abolido el tiempo y vuelto por defecto esencial. Devuelto el
efecto inicial, nunca te has ido. Extraño, entonces, tu ausencia, porque este
tipo de presencia me duele.
Y eres nueva excusa de teclas ya sombrías y de lágrimas nubladas.
Porque estás muy lejos y es posible que nunca nos veamos, pero si me entero que tenías estos textos y no los haces públicos te hubiera dado un capón (nunca ocurrirá, tranquila).
ResponderEliminarMe gusta lo que escribes.
Un abrazo.
¡Jaja! Hola, Jesús. Muchas gracias en primer lugar por animarme a volver. Y gracias por tan simpático comentario. Este texto lo escribí allá por el 2007, creo, y el disparador fue la muerte de un cachorrito que teníamos en casa; aunque al releerlo pienso que aplica a cualquier situación de duelo.Un abrazo también a vos.
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