— ¿Está afuera?
Imposible medirlo.No lo miro.No lo toco.
¿Está afuera?Desde adentrodesatiendela permanencia.
Ríe.
Lo siento.
— ¿Está afuera?
Pasa, ¿verdad?
Dime que pasa.
Está afuera.
— ¿Cómo sabes?
(Lloro).Por las señales.Todo se ha vuelto interno.
— ¿Está cerca?
Arriba, abajo,detrás, adelante,a diestra y a siniestra.
Ríe.
— ¿Cómo sabes?
(Lloras).
Por las cruces.(Dios atisba).Atrás no miro.Regateo intervalos
y paso.
¿Está lejos?
Orbita finitudes,promete urgencias,resucita quebrantos.
Mira qué paradojadefinitiva nos turba,que la única certezade todo principiola explica la muerte.“Pero si me quedo quietay está afuera”,me atreví,“Va a pasar”.
Ríe.
Desde adentro.
Observé cuando te ibas.Vi tu espalda,tus talones, estableciendodistancia y temperaturade la patria conocida.De ésa.La que reconocerías entre mil.Pensé que ibas a dar la media vuelta.Pero no.
— ¿Está afuera?
Lloras.
Lloro.
Ríe.
— Que se pudra
afuera.
No es para mí.
Enseguida fuiste un puntobajando por el horizonte cóncavo.
— Está afuera
¡pero conmigo!
Quise gritarte que no,no todo es provisional.Pero apenas me salióun verdugo sin piernas.Entonces lo vi.Tu diamante.Buscaré algo cómodopara olvidarte.Sé de tus lujos,de tu diamante.La piedra más durarodó por mi mejilla.Volverías por él.por si necesitarasnegociarlo,allá donde entraste.Aunque fuera tu corazón.Igual te da.
—- ¿Sigue afuera? —,
gritaste,
desde el planeta de
siempre.
— ¡No lo siento!
Siempre,
es vocablo de
riesgo
que causa estado.
Porque permanece
esculpido en la
piedra
con la que mide,
mira,
se enzarza,
seduce,
lastima
y te
lastima.
Es tu diamante.
Dime,
¿está afuera?
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