Cuando fundo mi ciudad, corrijo la arena. Después corrijo la ciudad. Y de corrección en corrección marcho hacia Dios.
(Antoine de Saint Exupery)

viernes, 4 de septiembre de 2020

Cuarto creciente

 

No debiera el inconsciente ser depositario de nuestros males. 

 

Quizá sí, el contable de los créditos y débitos que acumulamos de error en error hasta arribar al acierto, cuyas transferencias no se han completado por puro abatimiento del niño que atiende nuestra patria interior. Esa que debiera ser intangible pero que negociamos sin piedad.

 

Ese territorio donde las ecuaciones se resuelven y disuelven bajo patrones arbitrarios, salvo en la necesaria pausa del periódico deshielo.

 

Es en la quietud reparadora de la media luz interior donde el niño se presenta a entregarnos sus quejas e ilusiones. Y espera, esperanzado de toda esperanza. 

 

Nuestro ropaje adulto no lo protege. Y él no le teme. (Debería...) 

 

El niño está solo, pero no lo advierte. Su memoria se eterniza en la ausencia de movimientos. El silencio lo estrecha en un abrazo pleno de suspicacia que lo consume y lo aleja. Es la oportunidad que espera el espantapájaros adulto para unirse a cotilleos pueriles con pretensiones de solvencia. Aunque apenas son meras presencias insolventes.

 

Empero, apelamos a cualquier recurso a fin de impedir la primera lágrima que abrirá el grifo del dolor. Que con seguridad lo hará, si atendemos las quejas e ilusiones ignoradas. 

 

No hay tiempo que perder. Desplazamos hacia un cuarto menguante al inocente mensajero y nos condenamos a la apatía de las flores muertas; aquellas que sepultó el tiempo entre las hojas de libros que nunca terminamos de cerrar, ni de escribir, ni de leer y que nos sonríen desde estantes desdentados.

 

Mientras, eclipsado por el silencio evasivo, el niño espera, dada su condición de niño, su cuarto creciente.

 

Nosotros no cedemos.

 

Nuestro estropajo adulto ya se ha mirado para entonces en demasiados espejos de trucos de kermés. Ilusionista consumado, se convenció en algún momento, entre edades y abalorios, que estaba listo para la travesía. Esa que ansiaba, aunque intuyó fraudulenta. Y que, efectivamente en ese rumbo, devino truculenta.

 

Hemos negociado sin misericordia nuestra usina interior.

 

Desdeñamos al niño, que todavía estira la espera, al abrigo insuficiente de piedades caducas.

 

Y por primera vez tenemos miedo. 

 

Nuestro espantapájaros adulto nos ignora. Cirujano de trapos, iluso para todo uso, el muy cobarde pretende un indulto sin ruido y sin precio.

 

Pero la prórroga de los tiempos no habrá sido vana.

 

El niño gana espacio simplemente porque no se ha ido. Su espera se resuelve en la primera lágrima que abre, cruel, aquel grifo del dolor postergado y sofocado por la fatuidad de juegos engañosos.

 

Es el punto de inflexión que llegó para quedarse. 

 

Aterrados, alterados y alertados, abandonamos prestos el black jack que domina nuestra vida y nos presentamos ante el tribunal de los viejos reclamos pendientes.

 

Atendemos, dóciles de toda docilidad, las quejas e ilusiones de nuestro niño que aguarda, imprescriptible y decidido.

 

Pagamos algunos precios dolorosos y las resolvemos. O quizá las resuelve, por simple agotamiento, la agonía postergada.

 

Finalmente, quedamos solos, el niño y nosotros. Ambos esperamos en andenes distintos.

 

Cesaron las luces de colores y se extinguieron los fuegos de artificio.

 

Hemos saldado las cuentas del pasado para beneficio de nuestro equilibrio ulterior que por fin, será una página en blanco.

 

En un tardío deshielo, la lágrima de nuestro niño es alojada en un cuarto creciente. Su corazón se mueve libre, manso y vigoroso en los dedos de Dios.

 

¡Tenemos crédito!

 

Es verdad que estamos más expuestos. Pero arrastramos menos lastre.

 

Y tal vez, con suerte (no la de la muerte) alejemos de nosotros el a veces inevitable tropiezo con la misma piedra.


4 comentarios:

  1. Etiquetas como prosa, pero es muy poética. El niño que llevamos y que fuimos nunca se marchará, y pobre de aquel que lo abandone. Ese niño nos ayuda, nos enseña a aprender, a luchar y es nuestra fuerza.
    Me ha gustado tu texto.
    Un abrazo

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  2. Hola, Jesús. Sí, sería prosa poética. Me gustan tus palabras sobre el niño que llevamos dentro. Gracias.

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  3. Mientras seamos conscientes del niño que llevamos dentro, lo alimentemos, cuidemos y sigamos ocupándonos de su curiosidad, la causa no está perdida.
    Saludos.

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  4. Así es como debiera ser, Alfred. "Ocupándonos de su curiosidad" dices, me gusta; la capacidad de asombro es esa gran causa común que tenemos con los niños. Gracias.

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