Cuando fundo mi ciudad, corrijo la arena. Después corrijo la ciudad. Y de corrección en corrección marcho hacia Dios.
(Antoine de Saint Exupery)

jueves, 8 de octubre de 2020

Lo que mata es la humedad




Hola, Tacho. Soy yo, ¡abrime, plis! Viste qué día horrible, me dejó noqueada. Qué se le va hacer, el clima sabotea cualquier proyecto, seguro es culpa del gobierno por accesoriedad de todas las burradas que se manda en despoblado, en poblado y en banda. Y por favor, dejame pasar, che, que me escurro por la rejilla de la entrada. ¿O no viste el calorón que hizo? Presión bajísima, humedad y tormenta. Para colmo tuve un vencimiento, justo hoy. Mientras lo imprimía se cortó la luz, culpa del calor y de la compañía eléctrica. Cuando volvió, el tiempo que en principio me sobraba, empezó a correr, en fin, que ya contra el límite de la hora yo chorreaba agua en razón de la canícula y de la apurada. A causa del atropello me equivoqué, puse las hojas al revés en la impresora que se trancó de puro nerviosa con lo cual se me hizo más tarde y más frenética me vine y cometí más yerros que gracias a Dios ya ni me acuerdo. Para rematarla me agarró un golpazo de calor, me tomé dos litros de sales hidratantes y salí volando hacia el juzgado, crucé envalentonada la Nueve de Julio padeciendo algún que otro espejismo, confundí el edificio de Tribunales con un oasis y los autos de plaza Lavalle con camellos de colores, jeje.

Resulta que extendieron los plazos procesales hasta las doce porque arrancan a las 8 am en vez de a las 7.30hs (de eso me enteré más tarde), así que el cuatro primeras horas que para mí se vencía a las 11,30 hs. en verdad lo hacía a las 12 hs. Te imaginás, irrumpí en el Juzgado cual tromba blandiendo el escrito desesperada como Tom Hank cuando se tiró a rescatar a Wilson; "¡Permisooo, por favor, que es un dos primeras!" (durante añares fueron dos primeras horas, Tacho, y a una se le pega la expresión) chillé euforizada, pasando alevosamente por delante de una fila silenciosa, sudorosa y sufrida de colegas y afines en estado vegetativo al rayo del sol, de inclementes 38 grados y no sé cuánto de térmica. Hice el milagro de que recuperaran su presencia de ánimo, Tacho; tragando su propia transpiración me contestaron en cacofónico coro: "Es cuatro primeras y falta media hora, doctora. ¡Haga el favor de ponerse en la fila!" ¡Urg! Ahora que lo pienso, no entiendo cómo se avivaron que yo era un par de tipo humano y urbano, vista mi facha de desquiciada. Obvio que me importó un pepino; ya estaba irascible, empapada, acelerada y bien descontrolada. Después de palparme rabiosamente la cabeza me puse a buscar los lentes en la cartera que no sé cómo sobrevivió al allanamiento. Cuando me disponía a volcar el contenido en el piso, un colega horrorizado tocándose sugestivamente la calva con el dedo índice me indicó que llevaba ¡los dos! pares de lentes en la cabeza, esos de colores, viste, de diez mangos. ¡Jeje! Claro que los vidrios estaban empañados, uf, le sonreí como para que constatara que mi enajenación era solo aparente. Y porque no podía hablar, tenía la garganta seca. En fin, me puse en la fila abanicándome con el vencimiento y los lentes otra vez en la azotea. Cada cinco minutos volvía a la carga para que me lo reciban; la gente ya me miraba con cierta pena y los chicos de la mesa de entradas me repetían que vuelva a mi lugar, che, casi con dulzura, Tacho. Mientras, me seguía derritiendo. Yo no sé, pero comprobé que de veras el 70 % de nuestra masa corporal está compuesta de líquido, de lo contrario habría transmutado en un charco, jurídico, eso sí. Y el vencimiento habría quedado navegando como una carabelita a la deriva.

Finalmente, creo que por cansancio, por fastidio o por la humedad, a las doce menos diez me lo recibieron y le pusieron los sellos. Supongo que para que me mandara a mudar. Aunque en vez de irme creo que me vaporicé y no es metáfora.

Desatada la catarata pluvial que venía amenazando, me trepó el stress a niveles de riesgo muy elevado. Fui para la oficina y ya a la media tarde se me daba vuelta la imagen de Troplong y colegas anexos, lo cual es mucho decir; no era capaz de hilar una frase, ni escrita ni verbal, ni pensada. Me levanté del escritorio medio mareada, así que me atraganté de sal y Gatorade. Salí de ahí un poco mejorcita a eso de las 19 hs para ver a Nico que cantaba,  pero ¡me  equivoqué  de  lugar,  Tacho!  Yo  leí  algo  de  Ciencias Económicas y no me fije mucho más en el aviso donde ponía la dirección. Di por sentado que era en la Universidad. Ergo, en vez de ir al Consejo Profesional de Ciencias Económicas lo hice a la facultad de Ciencias Económicas. Me caminé todo el edificio de una manzana enorme­ incluido el subsuelo y los tres niveles, la humedad era del 99% y llovía como en el Diluvio Universal; hacía mucho calor y yo no paraba de subir y bajar escaleras de un lado para otro, preguntado aquí y acullá, ¡siempre al mismo pobre hombre! que creo que ya me tomaba el pelo, pero es que no soy muy fisonomista, Tacho. Bué, empecé a chorrear agua de nuevo, che, era un trapo de piso, no pude cometer más desaciertos con mi despiste (a causa de la presunta deshidratación, quiero pensar), ya que Alexandra sí había entendido bien y se fue para el Consejo. Pero la llamé a ver por dónde andaba y ella justo estaba por entrar. Le dije que no, que allí no era, que en la facultad, que se venga. Y la pobre dio media vuelta, che. Se caminó las diez cuadritas y pico hasta la facultad con semejante bajón de día; nos terminamos conociendo hasta las alcantarillas de Ciencias Económicas. Yo me arrastraba por las escaleras como una baba en dos patas siguiéndola de lejos, malhumorada y saturadísima "seguro nos perdimos en este laberinto", pensé furiosa, echándole la culpa a Alexandra que me primereaba. Ella me mandó poco menos que a lo más alto del mástil, pero respetuosamente: "Ma, me voy. Chaucito", como quien trata con una chiflada sin retorno; lo dijo con un dejo de aceptación y lástima, ¿viste?

¡Estos mocosos de vanguardia, che! Jeje. No contenta con eso, me metí en la sala de internet de la facultad donde me pararon diciéndome que era sólo para alumnos; de inmediato empecé a preguntar públicamente sobre el evento de "Tango Sin Riendas", entonces, creo que para que me deje de molestar, me prestaron una computadora y pude ver en intemet que Nico cantaba en ¡El Consejo, nomás! Me fui para allá pero cuando entré todo había acabado. Ufa también. Ahí me senté en un sillón a cavilar cómo es que llegué a semejante situación de desastre mientras afuera se largaba una granizada feroz, el calor subía de nuevo y el asfalto parecía una zinguería del Sahara, Tacho. Los de Seguridad se apresuraron a cerrar todo y, mirá si será fastidiosa la gente, que me indicaron que me saliera, así nomás, con un gesto brusco, che, como si yo fuera una pesada. Bueno, nada, salí por donde había entrado, ¿por dónde si no? Volví -caminando o nadando, total daba igual-, me compré el tercer Gatorade por las dudas, y justo cuando reptaba hacia el estacionamiento vi una librería de esas que venden libros viejos, ¿viste? Y otras porquerías que se filtran. Me metí a revolver y salí con uno sobre La Ley de Equilibro Térmico y otro de Dilatación de los cuerpos ¡jaja! Subí al auto pero se combustionó y empezó a los trancazos, lo hace cuando le queda poca nafta, así que anduve piloteando a los hipazos y aceleradas. Imaginé que estaba en un campo de flores para cambiar mi realidad (eso es descontrol mental, Tacho, no te rías) pero el auto parecía un caballo salvaje. De flores, ni las farolas. Me insultaron un poco, apenas dos colectiveros, un peatón y dos tacheros. Era hora pico de regreso un viernes con lluvia en pleno centro. Y bueno, me vi obligada a dos o tres giros prohibidos para cargar combustible. En el campo de flores.

Y llegué a casa. No había luz, Tacho. La luz estaba cortada, o sea. ¿Te das cuenta? Edenor me mandó la factura esa que te conté; la que cuando la pagué, la billetera lloró junto conmigo. Y además cortaron la luz ¡justo hoy! Por eso vine acá, Tachito. Estoy toda rota. Tengo hambre, sed y sueño. Dale, ¿me abrís?

- …

Ah... No te anda el ascensor. ¿Un fallo eléctrico? ¿En serio?

- …

No, Tacho, son doce pisos. Bué, me voy... No importa, ya te conté todo por el portero. Dejá nomás. En la plaza hay una fuente.


10 comentarios:

  1. ¡Ah! Mónica, las conversaciones con Tacho son muy buenas, las recuerdo, ésta es espectacular, pobre mujer le pasó de todo, como para tener que subir doce pisos .
    Es un traspié tras otro, pobre mujer, y encima se equivoca de universidad.
    Me he reído un montón.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola, Jesús. Me alegro que te hayas reído un montón.
      Y sí, menos mal que está el Tacho para sacarse las tribulaciones urbanas, ¡jaja!
      Gracias por pasarte. Besos.

      Eliminar
  2. Ya le contço todo por el portero, jajajajaja, muy bueno.

    Saludos.

    ResponderEliminar
  3. Hola, Pitt. ¡Jaja! Me alegro que te hayas reído. Saludos.

    ResponderEliminar
  4. Moni me he reído a carcajadas del principio al final de tu cuento.Tanto es así q me duele el estómago de tanto reírme literal
    Excelente tu cuento y muy pero muy bien escrito
    Para publicarlo y competir con los mejores cuentistas
    Tenés una habilidad para hacer reír q me asombra sinceramente
    Decime:Tacho tendrá una buscapina para un alma en pena q no para de reír?
    Me hiciste pasar un rato hermoso!!!
    Quisiera qtenerlo como todo lo q escribís
    Sos una genia!Te lo digo de verdad.No es adulación

    ResponderEliminar
  5. Hola Teresa. Muchas gracias por tu comentario. Me alegro que te rieras. Trataré de gestionarte una buscapina para el alma, aunque no sé si sea del Tacho. Jaja.
    Un besos.

    ResponderEliminar
  6. ME ha gustado muchísimo. No conocía tu blog, me quedo de seguidora y te invito a que te pases por el mío si te apetece.
    Un abrazo y feliz día.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola Rocío. Un placer que te haya gustado, gracias por quedarte. Ya me he pasado por tu sitio y me ha parecido muy interesante. Me he quedado. Saludos.

      Eliminar