Hola, Tacho.
Soy yo. ¡Abrime, plis! Mirá qué día horrible, me dejó noqueada. La humedad se ensañó con mi juanete y la tormenta con el paraguas. ¿Vos lo viste pasar? Era de Ñubels. Qué se le va hacer, el clima sabotea cualquier proyecto. Seguro es culpa del gobierno por accesoriedad de todas las burradas que se manda en despoblado, en poblado y en banda. Y por favor, dejame pasar, che, que me escurro por la rejilla de la entrada. ¿O no viste el calorón que hizo?
Para colmo tuve un vencimiento, justo hoy. Mientras lo imprimía se cortó la luz, culpa del calor y de la compañía eléctrica -siempre tan empática-, cuando volvió, el tiempo que en principio me sobraba empezó a correr; en fin, que ya contra el límite de la hora yo chorreaba agua en razón de la canícula y de la apurada. A causa del atropello me equivoqué, de puro nerviosa puse las hojas al revés en la impresora que se trancó con lo cual se me hizo más tarde y más frenética me vine y cometí más yerros que gracias a Dios ya ni me acuerdo. Para rematarla me agarró un golpazo de calor. Previa ingesta de dos litros de sales hidratantes, levanté vuelo hacia el juzgado.
Crucé envalentonada la Nueve de Julio padeciendo algún que otro espejismo; confundí el edificio de Tribunales con un oasis y los autos de plaza Lavalle con camellos de colores, jeje.
Irrumpí en el
Juzgado cual tromba desnortada blandiendo el escrito desesperada como Tom Hank cuando se
tiró a rescatar a Wilson; "¡Permisooo, por favor, que es un
dos primeras!" (durante añares fueron dos primeras horas, Tacho, y a una
se le pega la expresión) chillé euforizada, pasando alevosamente por delante de
una fila silenciosa, sudorosa y sufrida de colegas y afines en estado
vegetativo al rayo del sol, de inclementes 38 grados y no sé cuánto de térmica.
Hice el milagro de que recuperaran su presencia de ánimo, Tacho; tragando su
propia transpiración me contestaron en cacofónico coro: "Es cuatro
primeras y falta media hora, doctora. ¡Haga el favor de ponerse en la fila!"
¡Urg! Ahora que lo pienso, no entiendo cómo se avivaron que yo era un par de
tipo humano y urbano, vista mi facha de desquiciada. Obvio que me importó un pepino; ya estaba irascible, empapada, acelerada y bien descontrolada. Después de palparme
rabiosamente la cabeza me puse a buscar los lentes en la cartera que no sé cómo
sobrevivió al allanamiento, ya me disponía a volcar el contenido en el piso cuando un colega horrorizado, tocándose sugestivamente la calva con el dedo índice me
indicó que llevaba ¡los dos! pares de lentes en la cabeza. Esos de colores,
viste, de diez mangos. ¡Jeje! Claro que los vidrios estaban empañados, uf, le
sonreí como para que constatara que mi enajenación era solo aparente. En fin, me puse en la fila abanicándome
con el vencimiento y los lentes otra vez en la azotea. Cada cinco minutos volvía
a la carga para que me lo reciban; la gente ya me miraba con cierta pena y los
chicos de la mesa de entradas me repetían que vuelva a mi lugar, che, casi con
dulzura, Tacho. Mientras, me seguía derritiendo. Yo no sé, pero comprobé que de
veras el 70 % de nuestra masa corporal está compuesta de líquido, de lo
contrario habría transmutado en un charco, jurídico, eso sí. Y el vencimiento
habría quedado navegando como una carabelita a la deriva.
Finalmente, creo que por cansancio, por fastidio o por la humedad, a las doce menos diez me lo recibieron y le pusieron los sellos. Supongo que para que me mandara a mudar. En concordancia, me vaporicé hacia la oficina. Pero no me resultó tan fácil.
Desatada la catarata pluvial que venía amenazando, me trepó el stress a niveles de riesgo muy elevado y las llaves no calzaban en la cerradura del Estudio por más fuerza que aplicaba. En eso estaba, bastante frenética, cuando la vidente abrió la puerta. ¡Ay, Tacho! Erré la entrada y fui sorprendida forzando la cerradura de mi vecina. La vidente, lejos de molestarse, me ofreció un viaje astral sin cargo, “visto su estado de enajenación” susurró, con una comprensión sospechosa. Horrorizada y pegoteada me disculpé, encerrándome de un portazo en mi oficina.
Ya a media media tarde se me daba vuelta la imagen de Troplong y colegas ilustres anexos, lo cual es mucho decir; no era capaz de hilar una frase, ni escrita ni verbal, ni pensada.
Me atraganté de sal y Gatorade y salí de ahí un poco mejorcita a eso de las 19 hs para ver a Nico que cantaba, pero ¡me equivoqué de lugar, Tacho! Yo leí algo de Ciencias Económicas y no me fije mucho más en el aviso donde ponía la dirección. Di por sentado que era en la Universidad. Ergo, en vez de ir al Consejo Profesional de Ciencias Económicas lo hice a la facultad de Ciencias Económicas. Me caminé todo el edificio de una manzana enorme incluido el subsuelo y los tres niveles, la humedad era del 99% y llovía como en el Diluvio Universal; hacía mucho calor y yo no paraba de subir y bajar escaleras de un lado para otro, preguntado aquí y acullá, ¡siempre al mismo pobre hombre! que creo que ya me tomaba el pelo, pero es que no soy muy fisonomista, Tacho. Bué, empecé a chorrear agua de nuevo, che, era un trapo de piso, no pude cometer más desaciertos con mi despiste (a causa de la presunta deshidratación, quiero pensar), ya que Alexandra sí había entendido bien y se fue para el Consejo. Pero la llamé a ver por dónde andaba y ella justo estaba por entrar. Le dije que no, que allí no era, que en la facultad, que se venga. Y la pobre dio media vuelta, che. Se caminó las diez cuadritas y pico hasta la facultad con semejante bajón de día; nos terminamos conociendo hasta las alcantarillas de Ciencias Económicas. Yo me arrastraba por las escaleras como una baba en dos patas siguiéndola de lejos, malhumorada y saturadísima "seguro nos perdimos en este laberinto", pensé furiosa, echándole la culpa a Alexandra que me primereaba. Ella me mandó poco menos que a lo más alto del mástil, pero respetuosamente: "Ma, me voy. Chaucito", como quien trata con una chiflada sin retorno; lo dijo con un dejo de aceptación y lástima, ¿viste? ¡Estos mocosos milenials, che! Jeje.
No contenta con eso, me metí en la sala de profesores de la facultad donde me pararon. De inmediato empecé a preguntar públicamente sobre el evento de "Tango Sin Riendas", entonces, creo que para que me deje de molestar, me prestaron una computadora y pude ver en internet que Nico cantaba en ¡El Consejo, nomás! Me fui para allá pero cuando entré todo había acabado. Ufa también. Ahí me senté en un sillón a cavilar cómo es que llegué a semejante situación de desastre mientras afuera se largaba una granizada feroz, el calor subía de nuevo y la ciudad parecía Pompeya en el Sahara, Tacho. Los de Seguridad se apresuraron a cerrar todo y, mirá si será fastidiosa la gente, que me indicaron que me saliera, así nomás, con un gesto brusco, che, como si yo fuera una pesada. Bueno, nada, salí por donde había entrado, ¿por dónde si no? Me zambullí en la tormenta contra mi ajada voluntad -caminando o nadando, total daba igual-, me compré el tercer Powerade por las dudas y justo cuando reptaba hacia el estacionamiento vi una librería de esas que venden libros viejos, ¿viste? Y otras porquerías que se filtran. Me metí a revolver y salí con uno sobre La Ley de Equilibro Térmico y otro de Dilatación de los cuerpos ¡jaja! Subí al auto pero se combustionó y empezó a los trancazos, lo hace cuando le queda poca nafta, así que anduve piloteando a los hipazos y aceleradas. Imaginé que estaba en un campo de flores para cambiar mi realidad (eso es descontrol mental, Tacho, no te rías) pero el auto parecía un caballo salvaje. De flores, ni las farolas. Me insultaron un poco, apenas dos colectiveros, un peatón y dos tacheros. Era hora pico de regreso un viernes con lluvia en pleno centro. Y bueno, me vi obligada a dos o tres giros prohibidos para cargar combustible. En el campo de flores.
Y
llegué a casa. No había luz, Tacho. La luz estaba cortada, o sea. ¿Te das
cuenta? Edenor me mandó la factura esa que te conté; la que cuando la pagué, la
billetera lloró junto conmigo. Y además cortaron la luz ¡justo hoy! Por eso
vine acá, Tachito. Estoy toda rota. Tengo hambre, sed y sueño. Dale, ¿me abrís?
-
…
Ah...
No te anda el ascensor. ¿Un fallo eléctrico? ¿En serio?
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…
No, Tacho, son doce pisos. Bué, me voy... No importa, ya te conté todo por el portero. Dejá nomás. En la plaza hay una fuente que acepta lagrimones.
He acabado exhausto ;)
ResponderEliminar¡Jaja! Me alegro, Alfred.
Eliminar¡Ah! Mónica, las conversaciones con Tacho son muy buenas, las recuerdo, ésta es espectacular, pobre mujer le pasó de todo, como para tener que subir doce pisos .
ResponderEliminarEs un traspié tras otro, pobre mujer, y encima se equivoca de universidad.
Me he reído un montón.
Un abrazo.
Hola, Jesús. Me alegro que te hayas reído un montón.
EliminarY sí, menos mal que está el Tacho para sacarse las tribulaciones urbanas, ¡jaja!
Gracias por pasarte. Besos.
Ya le contço todo por el portero, jajajajaja, muy bueno.
ResponderEliminarSaludos.
Hola, Pitt. ¡Jaja! Me alegro que te hayas reído. Saludos.
ResponderEliminarMoni me he reído a carcajadas del principio al final de tu cuento.Tanto es así q me duele el estómago de tanto reírme literal
ResponderEliminarExcelente tu cuento y muy pero muy bien escrito
Para publicarlo y competir con los mejores cuentistas
Tenés una habilidad para hacer reír q me asombra sinceramente
Decime:Tacho tendrá una buscapina para un alma en pena q no para de reír?
Me hiciste pasar un rato hermoso!!!
Quisiera qtenerlo como todo lo q escribís
Sos una genia!Te lo digo de verdad.No es adulación
Hola Teresa. Muchas gracias por tu comentario. Me alegro que te rieras. Trataré de gestionarte una buscapina para el alma, aunque no sé si sea del Tacho. Jaja.
ResponderEliminarUn besos.
ME ha gustado muchísimo. No conocía tu blog, me quedo de seguidora y te invito a que te pases por el mío si te apetece.
ResponderEliminarUn abrazo y feliz día.
Hola Rocío. Un placer que te haya gustado, gracias por quedarte. Ya me he pasado por tu sitio y me ha parecido muy interesante. Me he quedado. Saludos.
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